La historia naval de las cosas uruguayas, en especial la rochense, ha dado varias sorpresas durante el siglo XVIII y XIX. Y muchos de los pueblos de la zona se desarrollaron con gran influencia a partir de estos naufragios.
“Vista la luz en esas horrible noches de confusión en que los más animosos se turban, no sólo indica el camino, sino que presta valor, impidiendo al ánimo extraviarse. Es un gran apoyo moral decidirse en el trance supremo. ¡Persiste! ¡Un esfuerzo más!. Si el viento y el mar son tus con contrarios, no estás solo, la Humanidad vela por ti”.
El de antes, es un testimonio de Joseph Polloni, comandante del barco Nuestra señora del Rosario, Señor de San José y las Animas, -que dio origen al nombre castellanizado en “Polonio” en 1753, donde los tripulantes naufragaron y quedaron varados en el lugar durante meses.
Luego de tres naufragios importantes más, pasó más de un siglo para que se realizara la construcción del faro, el elemento central para la navegación y para los habitantes del pueblo. Éste que constituye la única fuente lumínica luz artificial que tiene un alcance de hasta 35 kilómetros y da una vuelta de 360 grados cada doce segundos.
Así, en 1942 sólo vivían seis personas que eran fareros y vigilantes de la lobería, todos empleados públicos. Siempre acompañados por los lobos marinos que viven en las cuatro islas que puntean al mar frente al Cabo Polonio; La de Marcos, La rasa, La Encantada y el islote. Diez años más tarde, al naufragar el barco Don Guillermo,- el primero en hacerlo en la era moderna- y muchos barcos más después, comenzó a decirse que la zona estaba imantada, que las brújulas enloquecían, o que enloquecían marineros y capitanes ante el grito de los lobos marinos.
Actualmente, la mayoría de las casas más antiguas están llenos de recuerdos de objetos traídos de esos barcos: cucharas, gemelos, sillones y cuadros. Y todavía, se siguen encontrando tesoros.